HECHOS 17:1–15
En torno a los orígenes de algunos libros del Nuevo Testamento, el texto bíblico nos ofrece muy poca información. Por ejemplo, no sabemos exactamente dónde iban dirigidas las epístolas de Juan, ni en qué circunstancias fueron redactados los Evangelios, ni la datación exacta de las Epístolas de Santiago o de Judas, ni siquiera quién fue el autor de la Epístola a los Hebreos. Todas estas cuestiones proveen un amplio terreno en el cual los teólogos pueden verter sus opiniones y enzarzarse en debates interminables. Pero, en realidad, allí donde las Escrituras se callan, podemos dar por sentado que la información que nos falta tiene poca utilidad para mejorar nuestra comprensión del texto.
En cambio, allí donde existe una amplia información bíblica acerca de la autoría de un libro, de sus destinatarios o de las circunstancias de su redacción, podemos suponer que esos datos nos ayudarán a entender mejor el libro en cuestión. Tal es el caso de las Epístolas a los Tesalonicenses. Por lo tanto, antes de entrar en su exposición, nos conviene detenernos a reflexionar acerca de lo que la Biblia nos revela en cuanto a los autores, los lectores y las causas de su redacción. Para ello necesitamos acudir, sobre todo, al capítulo 17 del Libro de los Hechos, donde Lucas nos cuenta la historia de la fundación de la iglesia de Tesalónica.
Poco después del Concilio de Jerusalén (Hechos 15:6–29), el apóstol Pablo emprendió su segundo viaje misionero. En esta ocasión llevó consigo a Silas (Hechos 15:40). Los dos partieron de Antioquía rumbo a Cilicia, con el fin de fortalecer a las iglesias formadas durante el primer viaje del apóstol (Hechos 15:41; 16:5). Al llegar a Listra, Timoteo se incorporó al equipo (Hechos 16:1–3). Prosiguieron su viaje, atravesando de este a oeste lo que hoy es Turquía hasta llegar a Troas, en Asia Menor. Allí Pablo tuvo la visión de un hombre macedonio que estaba de pie, suplicándole y diciendo: Pasa a Macedonia y ayúdanos (Hechos 16:9). Lucas, quien acababa de integrarse en el equipo apostólico1, nos dice que enseguida procuramos ir a Macedonia, persuadidos de que Dios nos había llamado para anunciarles el evangelio (Hechos 16:10). Así comenzó la evangelización de Europa por parte del apóstol, lo que iba a significar un hito importante en la historia de la Iglesia. Sin duda, Pablo mismo no se percató de esa importancia: para nosotros el paso a Macedonia representa un cambio de continentes; para él era cuestión, sencillamente, de pasar de una provincia romana a otra.
La primera ciudad europea evangelizada fue Filipos. Allí se convirtieron Lidia y su casa (Hechos 16:11–15), la muchacha adivina (16:16–18) y el carcelero de la ciudad (16:19–34), entre otros. Así se formó una pequeña iglesia a la que Pablo iba a llamar su gozo y corona (Filipenses 4:1). Dejando atrás a Lucas2, sin duda para continuar la obra pastoral de edificación de los nuevos creyentes y de evangelización en la ciudad, Pablo, Silas y Timoteo prosiguieron su camino. Aunque Timoteo no es mencionado entre Hechos 16:1–3 y 17:14, se suele dar por sentado que acompañó a Pablo y a Silas en todo el trayecto entre Listra y Berea y, concretamente, que estuvo con ellos en Tesalónica. Esta suposición recibe apoyo por el hecho de que su nombre aparezca al comienzo de las dos Epístolas a los Tesalonicenses como coautor de ellas3.
Los misioneros viajaron por la Vía Egnatia que, como hemos dicho, era una de las principales carreteras del imperio romano, bien construida y mantenida, y unía Bizancio con la costa dálmata (es decir, la actual Estambul con la costa de Albania). Puesto que el viaje de Filipos a Tesalónica (unos 170 kilómetros4) solía durar tres días, es lógico que hicieran escala en las ciudades de Anfípolis y Apolonia (Hechos 17:1). Presumiblemente, no vieron fruto espiritual allí, bien porque sólo trasnocharon en ellas sin intentar evangelizar a las poblaciones, o bien porque éstas no respondieron ante su testimonio. Sea como fuere, los misioneros procedieron a Tesalónica.
Refresquemos nuestra memoria en cuanto a lo que Lucas nos cuenta acerca de lo que pasó allí y cuáles fueron las secuelas de su labor evangelística:
Después de pasar por Anfípolis y Apolonia, llegaron a Tesalónica, donde había una sinagoga de los judíos … (Hechos 17:1).
En contraste con Filipos, ciudad en la que los pocos judíos residentes tenían que reunirse para orar a la orilla de un río (Hechos 16:13), Tesalónica tenía una gran población hebrea que había constituido una sinagoga en toda regla. La mención de la sinagoga es de suma importancia porque, como Lucas está a punto de decirnos, ésta iba a jugar un papel destacado tanto en la formación de la iglesia de Tesalónica como en su persecución: la primera fase de la obra misionera de Pablo en la ciudad se realizó en el ámbito de la sinagoga; los primeros convertidos fueron judíos; pero también fueron los judíos los que alborotaron la multitud contra los apóstoles tanto en Tesalónica como en Berea y consiguieron el pronto abandono de ambas ciudades por parte del apóstol.
Y Pablo, según su costumbre, fue a ellos … (Hechos 17:2).
Pablo, ciertamente, fue enviado por Cristo como apóstol a los gentiles (Hechos 9:15; 22:21; Romanos 11:13; Efesios 3:1–12). Sin embargo, siempre siguió el orden establecido por Cristo (Mateo 15:24; Hechos 1:8) y que él mismo expone al escribir a los romanos: al judío primeramente y también al griego (Romanos 1:16; 2:9; cf. Hechos 13:46). Había seguido este orden en Filipos, predicando en primer lugar a las mujeres judías que se habían reunido para orar. Iba a seguirlo en Berea (Hechos 17:10). Ahora lo sigue en Tesalónica.
… y por tres días de reposo discutió con ellos basándose en las Escrituras, explicando y presentando evidencia de que era necesario que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos, y diciendo: Este Jesús, a quien yo os anuncio, es el Cristo (Hechos 17:2–3).
Cada sábado a lo largo de tres semanas (suponemos que los sábados eran consecutivos), Pablo asistió a las reuniones de la sinagoga. Allí, seguramente a causa de su obvia erudición bíblica, su formación teológica a los pies del famoso maestro Gamaliel y su clara competencia como rabino, Pablo recibió permiso para dirigirse a la congregación. Su mensaje resultó ser altamente polémico. Toda la argumentación del apóstol iba dirigida a una sola meta: la proclamación de que Jesús de Nazaret no era otro sino el Mesías anunciado por las Escrituras. Pero parece ser que no empezó hablándoles acerca de Jesús, sino intentando demostrarles que el testimonio bíblico enseña que el Mesías había de sufrir, morir y resucitar antes de establecer su reino. Sólo entonces, después de establecer los requisitos que las Escrituras dicen que el Mesías debe reunir, les anunció a Jesucristo.
Para lograr convencer a sus oyentes, el apóstol empleó todas las mejores artes de la comunicación. Entró en diálogo con ellos, escuchando sus argumentos, dando espacio a sus reservas y luego, con la Biblia en la mano, contestándoles conforme al testimonio de los profetas. El énfasis sobre el uso de las Escrituras en este debate —Pablo discutió con ellos [basándose] en las Escrituras— es de fundamental importancia. Naturalmente, los mismos hechos de la vida, muerte y resurrección de Jesús deberían haber sido suficientes como para convencer a cualquier persona acerca del origen divino y carácter sagrado del Salvador. Pero no para la mentalidad judía. Ni el poder de los milagros de Jesús, ni la santidad de su vida, ni su vindicación por medio de la resurrección, bastaban en sí para demostrar su mesiazgo si no se podía demostrar que Jesús había cumplido lo que las Escrituras habían profetizado acerca del Mesías. Y ésta no era una tarea fácil, en parte a causa de la visión distorsionada que los judíos abrigaban acerca del Cristo —esperaban que fuera un libertador político, que echara a los romanos e inaugurara el imperio judío—; y en parte porque el propio Jesús había indicado que una buena parte de lo que las Escrituras decían acerca de él no se cumpliría hasta su segunda venida. Tanto su manifestación en gloria como su ejercicio del juicio final y del gobierno universal quedaban aún en el futuro. Por esto, era necesario que Pablo utilizara la explicación (la exposición de textos bíblicos, dando el sentido exacto de lo que querían decir) y la presentación (la acumulación de evidencias, pruebas y argumentos derivados de la Biblia). Sólo con estas herramientas pudo derribar los prejuicios de sus oyentes y hacerles comprender que, según las mismas Escrituras, lejos de ser una aberración proclamar como Mesías a un hombre despreciado, rechazado, muerto y resucitado, era imprescindible que Jesús hubiera sufrido estas cosas a fin de poder ser el Mesías. Su tesis, por lo tanto, era que el Jesús de la historia y el Cristo presentado por las Escrituras del Antiguo Testamento eran una misma persona.
Sin duda, Pablo no sólo proclamó el hecho de la muerte y resurrección de Cristo y no sólo defendió la consonancia de estos hechos con la revelación bíblica, sino que también explicó su significado salvífico: era necesario (v. 3) que Jesús muriese y resucitase porque sólo así pudo realizar su labor redentora. Pero, según Lucas, el énfasis primordial de su discurso recayó sobre la demostración bíblica del mesiazgo de Jesús de Nazaret, y el fin que persiguió fue que sus oyentes le reconociesen como su Señor y Cristo. Este énfasis, como veremos, iba a ser el arma utilizada por los judíos para desacreditar al equipo misionero ante las autoridades.
Debemos recordar que, además de entregarse a la actividad evangelística, Pablo se dedicó también a trabajar duramente con sus manos para proveer para su alimentación diaria. Esto lo sabemos no por el Libro de Hechos, sino por lo que el mismo apóstol dice en las Epístolas:
Porque recordáis, hermanos, nuestros trabajos y fatigas, cómo, trabajando de día y de noche para no ser carga a ninguno de vosotros, os proclamamos el evangelio de Dios (1 Tesalonicenses 2:9).
Debéis seguir nuestro ejemplo, porque no obramos de manera indisciplinada entre vosotros, ni comimos de balde el pan de nadie, sino que con trabajo y fatiga trabajamos día y noche a fin de no ser carga a ninguno de vosotros (2 Tesalonicenses 3:7–8).
Así pues, el apóstol tiene que haber estado sumamente ocupado, dedicado completamente a la doble responsabilidad de proveer para sus propias necesidades materiales y de comunicar a sus oyentes los bienes espirituales del evangelio.
Algunos de ellos creyeron, y se unieron a Pablo y Silas, juntamente con una gran multitud de griegos temerosos de Dios y muchas de las mujeres principales (Hechos 17:4).
De momento, la Palabra de Dios, expuesta y explicada por el apóstol, iba surtiendo efecto. Para nuestro estudio de las Epístolas a los Tesalonicenses, estos datos son de especial importancia, porque nos dan a entender quiénes llegaron a formar parte de aquella congregación. En primer lugar, es posible que algunos de los judíos creyeran en Cristo (el texto griego es un tanto ambiguo al respecto). Sin duda, aun en el mejor de los casos, sólo constituían una pequeña minoría en comparación con los judíos que rechazaron el testimonio de Pablo.
En segundo lugar, se convirtió una «gran multitud» de «griegos piadosos». Éstos eran prosélitos gentiles que, hartos de la vergonzosa promiscuidad y las necedades filosóficas del politeísmo reinante y deseosos de encontrar un fundamento religioso más sólido para sus vidas, se habían adherido a la sinagoga atraídos por la sobriedad monoteísta y la elevada moralidad del judaísmo. Seguramente, la incorporación masiva a la iglesia cristiana de estos prosélitos se debió a que no compartían ciertos prejuicios de los judíos. No tenían ideas tan cerradas acerca de cómo debía ser el Mesías. Y, quizás más importante, para ellos no era ningún problema, sino todo lo contrario, el que la iglesia cristiana abriera sus puertas a los gentiles. El judaísmo les había preparado para recibir con entusiasmo el mensaje de los misioneros5.
Y, en tercer lugar, Lucas menciona a no pocas de las mujeres principales (así, literalmente) de la ciudad. Éstas quizás fueran otras tantas prosélitas, mencionadas especialmente a causa de su importancia social (es de observar que en Macedonia las mujeres disfrutaban de mayor libertad y protagonismo social que en otros lugares del imperio6). O quizás representaran otro grupo que no tuviese que ver con los temerosos de Dios, mujeres de la alta sociedad que escucharon el evangelio no en la sinagoga, sino mediante el testimonio de los misioneros proclamado directamente a la sociedad gentil.
Esta segunda posibilidad hace surgir otras preguntas. ¿Duró la estancia de Pablo en Tesalónica sólo tres semanas?7 ¿O debemos entender que, al ver que los judíos se resistían a aceptar sus argumentos, decidió dirigirse a los gentiles (cf. Hechos 13:46; 18:6) y empezar una segunda fase de evangelización entre ellos?8 En este último caso, ¿cuánto tiempo más habrá pasado en la ciudad?
Ante todas estas preguntas, tenemos que confesar finalmente nuestra ignorancia. El hecho de que Pablo pueda referirse a los creyentes tesalonicenses como personas convertidas de los ídolos a Dios (1 Tesalonicenses 1:9) y personas perseguidas por sus compatriotas de la misma manera que los creyentes de Judea lo habían sido por parte de los judíos (1 Tesalonicenses 2:14) sugiere que existía en la congregación una mayoría de personas convertidas al cristianismo directamente del paganismo9, en cuyo caso es probable que la estancia de los misioneros hubiera sido más larga. Igualmente, el hecho de que el apóstol hubiera buscado un trabajo secular (1 Tesalonicenses 2:7–11; 2 Tesalonicenses 3:8) sugiere un período alargado; como también el hecho de que los filipenses le enviaran varios donativos durante su estancia (Filipenses 4:16). Sin embargo, ninguno de estos argumentos es incontrovertible: es posible considerar que los convertidos de los ídolos fueran prosélitos judíos10; puede que Pablo necesitara trabajar para sufragar sus gastos aun siendo su estancia menor que un mes; y el texto de Filipenses se presta a otra interpretación: Tanto [cuando me encontré] en Tesalónica como en varias ocasiones [cuando estuve en otros lugares], me enviaste …11 Así pues, no sabemos con certeza cuánto tiempo estuvo el equipo apostólico en la ciudad. Pero, en todo caso, fue más breve de lo que Pablo habría deseado.
Lo que sí está bastante claro es que, desde su inicio, la iglesia de Tesalónica se compuso de unos pocos judíos, una gran multitud de prosélitos y un número indeterminado de personas convertidas desde el paganismo. La congregación, pues, fue abrumadoramente gentil. En adición, sabemos que, quizás por primera vez, el evangelio logró penetrar en los estamentos más influyentes del imperio, gracias a la conversión de algunas mujeres de la alta sociedad.
Sin embargo, estas mujeres fueron una excepción. Parece ser que la mayoría de los conversos procedían de las clases humildes, pues en 2 Corintios 8:1–2 el apóstol habla de la extrema pobreza de las iglesias de Macedonia. En general, los creyentes de Tesalónica trabajaban en labores manuales (1 Tesalonicenses 4:11); no eran personas acomodadas, ni ocupaban puestos en la administración romana.
Pero los judíos, llenos de envidia, llevaron a algunos hombres malvados de la plaza pública, organizaron una turba y alborotaron la ciudad; y asaltando la casa de Jasón, procuraban sacarlos al pueblo (Hechos 17:5).
Si unos pocos judíos abrazaron el evangelio cristiano, la mayoría iba creciendo en su determinación a acabar con el testimonio de Pablo y sus compañeros. Según Lucas, tomaron esta actitud a causa de su envidia: no podían tolerar la ascendencia que Pablo había conseguido sobre los prosélitos. Al no saber contradecir sus argumentos ni demostrar la falsedad de sus evidencias —de hecho, la implicación de Hechos 17:11 es que los judíos de Tesalónica ni siquiera se molestaron por cotejar las enseñanzas de Pablo con las Escrituras—, tuvieron que recurrir a métodos violentos e injustos contra el apóstol. Contrataron a hombres de los bajos fondos de la ciudad, hombres sin escrúpulos y sin empleo12, para encabezar un alboroto, probablemente con la intención de asesinar al apóstol en medio de la confusión del tumulto.
Al no encontrarlos, arrastraron a Jasón y a algunos de los hermanos ante las autoridades de la ciudad, gritando: Esos que han trastornado al mundo han venido acá también; y Jasón los ha recibido, y todos ellos actúan contra los decretos del César, diciendo que hay otro rey, Jesús (Hechos 17:6–7).
Al descubrir que Pablo y Silas no estaban en casa, los judíos descargaron su ira en otras víctimas menores. Primero, en Jasón, el dueño de la casa, quien probablemente era uno de los recién convertidos: el solo hecho de ser maltratado por los judíos sugiere esto, juntamente con el hecho de que su nombre difícilmente hubiera sobrevivido a no ser por su compromiso cristiano13; además, la frase Jasón los ha recibido quizás indique no sólo su ofrecimiento de hospedaje, sino también el uso de su casa para los encuentros de la nueva iglesia14. Luego buscaron a otros nuevos cristianos para descargar sobre ellos su furia y los llevaron delante de las autoridades civiles. Como ya hemos visto, Lucas, siempre escrupuloso en la exactitud con la que menciona los títulos cívicos, los llama los politarcas, título atestiguado por inscripciones halladas en la ciudad15.
La denuncia contra los cristianos era triple: se les acusaba de haber amparado e incluso abrazado personalmente una religión que estaba causando desórdenes y conmociones por el mundo entero16; de haber desacatado las leyes imperiales; y de haberlas despreciado porque ya no reconocían la autoridad del emperador, sino que seguían a otro rey, Jesús. Eran acusaciones muy serias de subversión que podían haber merecido la pena capital. Además, eran especialmente peligrosas en una ciudad libre como Tesalónica, que se aferraba celosamente a sus privilegios, consciente de que podrían ser revocados si en Roma se sospechaba que daban cobijo a traidores.
En el fondo, las acusaciones eran falsas (como lo demuestra el hecho de que las autoridades librasen en seguida a Jasón y a los demás creyentes), pero contenían suficiente verdad como para parecer plausibles. Es cierto que, allí donde había llegado el evangelio, había habido trastornos sociales; pero ¿por qué? ¿No era precisamente a causa de la reacción violenta de los judíos? Es cierto también que los cristianos seguían una ley más alta que la del César; sin embargo, no por ello desobedecían las leyes imperiales, excepto quizás en aquellos pocos casos en que la ley secular vulneraba su conciencia. Pero tales casos afectaban igualmente a judíos y a cristianos. También es cierto que reconocían la suprema autoridad de su rey Jesús; pero aquel mismo rey les exigía sumisión a las autoridades establecidas y había demostrado él mismo su disposición a dar al César lo que le pertenecía. Con todo, siempre ha sido una táctica de los adversarios religiosos del evangelio emplear tales argumentos políticos para acabar con el testimonio cristiano. Jesús mismo fue ajusticiado por ser rey de los judíos (Juan 18:33–19:16). No nos sorprende encontrar la misma clase de persecución empleada contra los creyentes de Tesalónica.
Y alborotaron a la multitud y a las autoridades de la ciudad que oían esto. Pero después de recibir una fianza de Jasón y de los otros, los soltaron (Hechos 17:8–9).
De inmediato, las acusaciones de traición y subversión producen el efecto deseado: la multitud, juntamente con los politarcas, reaccionó con indignación, protesta y alboroto. Sin embargo, tratándose de víctimas menores, Jasón y los demás creyentes no fueron ajusticiados, ni siquiera maltratados físicamente, sino liberados bajo «fianza». Ésta quizás fuera una multa a causa de los disturbios que ellos supuestamente habían ocasionado, o quizás una fianza que garantizaba que no permitirían el retorno de Pablo, que no volverían a dar albergue a sediciosos o que evitarían todo tipo de conmoción social.
Enseguida los hermanos enviaron de noche a Pablo y a Silas a Berea, los cuales, al llegar, fueron a la sinagoga de los judíos. Éstos eran más nobles que los de Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando diariamente las Escrituras, para ver si estas cosas eran así. Por eso muchos de ellos creyeron, así como también un buen número de griegos, hombres y mujeres de distinción (Hechos 17:10–12).
Durante el alboroto, Pablo y Silas habían permanecido escondidos en la ciudad. Ahora, bajo la protección de la noche, los creyentes los ayudaron a huir, acompañándoles hacia el suroeste hasta Berea. Allí, una vez instalado en la ciudad, Pablo empleó la misma táctica evangelística que en Tesalónica, dirigiéndose inmediatamente a la sinagoga y —podemos suponer— proclamando a Jesús como Mesías con argumentos y pruebas procedentes de las Escrituras. La gran diferencia de los judíos de Berea con respecto a los de Tesalónica fue que, mientras éstos habían respondido con indignación y agresividad a causa de su envidia (v. 5), aquéllos indagaron concienzudamente en las Escrituras para verificar si Pablo tenía razón. No trataron la enseñanza apostólica con liviandad ni con prejuicios, sino con una seria investigación de las evidencias, por lo cual muchos de ellos (en contraste con los pocos de Tesalónica) creyeron en Jesucristo. Sin duda, la incipiente iglesia de Berea se componía de una mayoría de creyentes hebreos.
Pero cuando los judíos de Tesalónica supieron que la palabra de Dios había sido proclamada por Pablo también en Berea, fueron también allá para agitar y alborotar a las multitudes. Entonces los hermanos inmediatamente enviaron a Pablo para que fuera hasta el mar; pero Silas y Timoteo se quedaron allí. Los que conducían a Pablo lo llevaron hasta Atenas; y después de recibir órdenes de que Silas y Timoteo se unieran a él lo más pronto posible, partieron (Hechos 17:10–15).
La saña persecutoria de los judíos de Tesalónica no pudo restringirse a los límites de su propia ciudad. Nada más oír acerca del éxito del equipo apostólico en Berea, se presentaron allí y emplearon los mismos métodos que en Tesalónica para lograr su expulsión. Esto nos hace comprender la importancia social de la comunidad judía de Tesalónica. La prepotencia con la que actuaron, incluso fuera de los límites de su propia ciudad, indica una gran confianza en sus propios derechos civiles y en su posición arraigada y reconocida. ¡Y éstos son los judíos con los que los cristianos tesalonicenses tendrán que convivir!
Esta vez, en Berea, se ve que sus iras fueron dirigidas explícitamente contra Pablo, por lo cual Silas y Timoteo pudieron quedarse en la ciudad mientras Pablo y sus acompañantes bereanos se fueron al sur, a Atenas. Allí los acompañantes le dejaron y volvieron a casa, no sin haber recibido previamente el encargo de enviar cuanto antes a Silas y Timoteo.
Ahora Pablo se encuentra en Atenas. El equipo misionero se ha dispersado, con Lucas (probablemente) en Filipos y con Silas y Timoteo en Berea. Los tesalonicenses, mientras tanto, están solos en medio de la furia anticristiana de los judíos, y el apóstol no puede dejar de estar preocupado por ellos. Recuerda que sólo ha estado entre ellos durante un período breve y ha tenido que abandonar la ciudad con prisas, sin haber podido llevar a término la consolidación de la iglesia. ¿Habrá sido su estancia de suficiente duración como para arraigarlos en su nueva fe? ¿Seguirán fieles a pesar de toda la oposición de los judíos y de las presiones de familiares y amigos? ¿Abandonarán la fe al ver el precio que han de pagar?
La secuencia de acontecimientos durante y después de la estancia de Pablo en Atenas es motivo de debate. Lucas se limita a decirnos que después de esto Pablo salió de Atenas y fue a Corinto (Hechos 18:1). No nos dice cuánto tiempo duró la estancia ateniense ni tampoco pretende narrarnos todo lo que ocurrió allí. En cambio, sí sabemos que la estancia en Corinto duró un mínimo de dieciocho meses (Hechos 18:11, 18).
La opinión casi unánime de los comentaristas es que 1 Tesalonicenses fue redactada después de la llegada del apóstol a Corinto17. Sin embargo, antes de su redacción y estando aún en Atenas, Pablo ya había enviado [a Tesalónica] a Timoteo, nuestro hermano y colaborador de Dios en el evangelio de Cristo, para fortaleceros y alentaros respecto a vuestra fe (1 Tesalonicenses 3:2). El verbo enviar sólo parece encajar adecuadamente con la información registrada en la narración de Hechos si suponemos que, después de ser dejado atrás en Berea con el encargo de reunirse con el apóstol en Atenas, Timoteo efectivamente se reunió con él allí, y probablemente Silas también. Desde Atenas Pablo los habrá enviado en sendas misiones pastorales a Macedonia: Silas, posiblemente, a Filipos; y Timoteo seguramente a Tesalónica18. Sabemos que Silas y Timoteo volvieron a reunirse con él en Corinto (Hechos 18:5; cf. también 2 Corintios 1:19) y seguramente fue en aquel segundo encuentro cuando el apóstol recibió las noticias acerca de los tesalonicenses que tanto contribuyeron a su consuelo espiritual:
Pero ahora Timoteo ha regresado de vosotros a nosotros, y nos ha traído buenas noticias de vuestra fe y amor y de que siempre tenéis buen recuerdo de nosotros, añorando vernos, como también nosotros a vosotros; por eso, hermanos, en toda nuestra necesidad y aflicción fuimos consolados respecto a vosotros por medio de vuestra fe; porque ahora sí que vivimos, si vosotros estáis firmes en el Señor. Pues ¿qué acción de gracias podemos dar a Dios por vosotros, por todo el gozo con que nos regocijamos delante de nuestro Dios a causa de vosotros? (1 Tesalonicenses 3:6–9).
Sin duda, en aquellos momentos Pablo estaba cansado y desilusionado. Las cuatro ciudades que acababa de visitar habían prometido mucho, pero los resultados no habían alcanzado lo esperado. Él mismo había sido expulsado violentamente de Filipos, Tesalónica y Berea, mientras que en Atenas la gente se había burlado de él. No nos sorprende saber que había llegado a Corinto con debilidad, y con temor y mucho temblor (1 Corintios 2:3).
¡Qué cambio anímico producen en nosotros las buenas noticias! Silas y Timoteo se reunieron con él en Corinto (Hechos 18:5) trayendo información acerca de la firmeza en la fe de los creyentes macedonios. A pesar de toda la oposición de los judíos, la obra del Señor prospera. El apóstol recibió nuevos ánimos. Y fue con espíritu de alivio y gozo como decidió escribir una carta a sus amados tesalonicenses con la finalidad de expresarles su satisfacción y su preocupación.
Se trata, con toda probabilidad, de la primera de las epístolas existentes de Pablo y uno de los textos más antiguos del Nuevo Testamento19. En la actualidad, su datación suele situarse en torno al invierno de los años 51 a 52 d.C.20, apenas veinte años después de la muerte y resurrección del Señor.
Llegamos a esta datación gracias a ciertos datos históricos de fecha segura. Sabemos que, hacia finales de su estancia en Corinto, Pablo fue llevado ante Galión, procónsul de Acaya (Hechos 18:12–17). Y por una inscripción descubierta en la isla de Delfos, sabemos que el mandato de Galión debe situarse en algún momento entre los años 51 y 53 d.C.21 Deducimos, pues, que 1 Tesalonicenses vio la luz entre los años 51 y 52, poco después de la estancia de Pablo en Tesalónica (ver 1 Tesalonicenses 2:17). Sin duda, 2 Tesalonicenses fue escrita poco después.[22]
Referencias
1 Esto lo deducimos del hecho de que, mientras hasta aquí Lucas, al referirse a Pablo y a sus acompañantes, ha empleado la tercera persona (pasaron, llagaron, intentaron, descendieron; 16:6–8), ahora de repente cambia a la primera (procuramos, Dios nos había llamado, navegamos …; 16:10–11), indicando que él mismo estaba presente.
2 Esto se deduce del hecho de que, a partir del momento de salir de Filipos (16:40–17:1), la narración de Hechos vuelva a emplear la tercera persona, no la primera. Ver Puigvert, pág. 175.
3 Ver Hendriksen, pág. 12.
4 Bornkamm, pág. 103. Ciento sesenta según Hendriksen (pág. 12) y otros; y ciento cincuenta según Leal (pág. 873).
5 Cf. Morris (2), pág. 18: En la nueva fe [cristiana] encontraron el satisfactorio monoteísmo y la alta moralidad que les había atraído al judaísmo, sin el escollo de su nacionalismo intenso, su legalismo y sus exigencias rituales.
6 Ver Morris (1), pág. 14; Ramsay, pág. 227.
7 Así opinan Barclay, pág. 217; Frame, pág. 7; Morris (2), págs. 17–18.
8 Como quieren Bicknell, pág. xiii; Bornkamm, págs. 103–104; Bruce (1), pág. 1154; Erdman, págs. 4–5; Hendriksen, pág. 14; Hogg y Vine, pág. 4; Jamieson, Fausset y Brown, pág. 528; Leal, pág. 873; Ramsay, pág. 228; Salvador, pág. 35; Trenchard, pág. 2; Ubieta, pág. 57. Puntualiza Bornkamm: Sin una estancia algo más larga de Pablo en Tesalónica apenas sería concebible la enorme irradiación de la comunidad en el país circunvecino, que 1 Tesalonicenses 1:7 menciona con elogio.
9 Cf. Guthrie, pág. 564: Por 1 Tesalonicenses 1:9 podemos suponer que la mayoría fueron idólatras convertidos de su paganismo.
10 Cf. Guthrie, pág. 569: Los temerosos de Dios mencionados en Hechos … también habrían sido idólatras antes de refugiarse en el judaísmo y la terminología empleada por Pablo podría aplicarse a ellos.
11 Ver Morris (2), pág. 18.
12 Según BA, la palabra griega puede significar: hombres ociosos.
13 Cf. Ubieta, págs. 24–25: Su posición en favor de Pablo y Silas es claramente comprometida: se une a ellos, los hospeda en su casa, padece por ellos ante los politarcas y los judíos y paga la fianza juntamente con los demás. Cf. también Hendriksen, pág. 18.
14 Cf. Ubieta, pág. 34.
15 Ver mi obra, ¿Nos podemos fiar del Nuevo Testamento? (Segunda edición, 1995. Ediciones Andamio, Barcelona), pág. 29.
16 Como bien indica MacDonald (pág. 988), la frase trastornan el mundo entero ¡era un elogio involuntario!
17 De hecho, algunas versiones antiguas de la epístola llevan la subinscripción: La primera carta a los tesalonicenses fue escrita desde Atenas. Pero ésta no aparece en los manuscritos más antiguos y casi seguramente se trata de una glosa hecha por algún escriba en época tardía. Ver Morris (1), pág. 127.
18 Así Stott, pág. 19. Cf. Hogg y Vine, pág. 4; Puigvert, pág. 175.
19 La fecha de la Epístola a los Gálatas es incierta. Algunos comentaristas la consideran anterior a 1 Tesalonicenses. Sin embargo, a este respecto Bornkamm es contundente: Esta carta escrita desde Corinto poco después de la precipitada partida de Tesalónica y de la corta parada en Berea y Atenas (50 d.C.), es la más antigua de las cartas de Pablo que han llegado hasta nosotros y es absolutamente el escrito más antiguo del nuevo testamento.
20 Para la datación de 1 Tesalonicenses, ver Guthrie, págs. 566–567; McGee, pág. 9; Morris (1), págs. 17–18; (2) pág. 15, 25–26; Ryrie, pág. 11; y Staab, pág. 14. Robinson (pág. 53) y Morris (2; pág.25–26), seguidos por Ubieta (pág. 10) y Salvador (pág. 29), colocan la datación un año antes, en el invierno de 50 a 51. Jamieson (pág. 529) la coloca un año después, en el invierno de 52 a 53. Bruce (1), pág. 1154, seguido por Trenchard, pág. 1, también propone finales del año 50. Casi nadie disputa una datación entre los años 50 y 53, y, con la sola excepción de los seguidores de la descabellada opinión de la escuela de Tubinga (F. C. Baur creía que la epístola fue obra de un discípulo anónimo de Pablo posterior al año 70 d.C.), casi ningún comentarista de peso ha cuestionado su autoría paulina (ver Guthrie, pág. 567; Morris [1], págs. 18–21; [2], pág. 28).
21 Ver Airhart, pág. 456; Cevallos, pág. 11; Ewert, pág. 1067; Hendriksen, pág. 24; Morris (2), pág. 25.
[22] Burt, D. F. (2002). La Conversión Auténtica: 1 Tesalonicenses 1:1-10 (pp. 17-32). Publicaciones Andamio.